miércoles, 27 de noviembre de 2019

Titulación Terapeutas Familiares y de Pareja 2019


Con enorme alegría celebramos la obtención de su título de Terapeutas Familiares y de Parejas de 37 psicólogos y psiquiatras que se formaron con nosotros en los diferentes programas que impartimos a lo largo de nuestro país. Desde Valdivia, Coyhaique, Talca, Viña del Mar y Santiago recibimos a quienes recibían su título este año. Agradecemos a quienes estuvieron- docentes, terapeutas y sus familiares - y recordamos a quienes no pudieron venir dadas las circunstancias por las que atraviesa nuestro país.

Felicidades a cada uno de ellas y ellos, nuevos embajadores del Instituto Chileno de Terapia Familiar en sus regiones y lugares de trabajo.

Los terapeutas titulados fueron:


Psq. Cristóbal Adriasola Barroilhet.
Ps. Catalina Bañados Andrade.
Ps. Alejandra Barros Puertas.
Ps. Cindy Bernucci Guarda.
Ps. Katherinne Cid Martínez.
Ps. Rodrigo Cordero Brevis.
Ps. Diego Errázuriz Jory.
Ps. Paulina Flores Wobbe.
Ps. Paulina  Flores Valenzuela.
Ps. Natalia Galáz Abarzúa.
Ps. Tamara Gallyas Sanhueza.
Ps. Macarena Gore González.
Ps. Francisca Gubbins Foxley.
Ps. Carmen Paz  Ilabaca Jara.
Ps. María del Pilar Jaramillo González.
Ps. Ximena Karmy Saieg.
Ps. Marie Jeanette Lasserre Fishman.
Ps. Catalina López Fluxa.
Ps. Trinidad  López Radrigán.
Ps. Elisa Loyola Marín.
Ps. Valentina Melnick Saint Marie.
Ps. Verónica Montero Prieto.
Ps. Loreto Opazo Oyarce.
Psq. Paulina Osorio Silva.
Ps. Valentina Otaegui Van Der Schraft.
Ps. Sandra Pacheco Nicklas.
Ps. Paz Paredes Sandoval.
Ps. Francisca Pérez Cortés.
Ps. Alejandra Ramírez Nieto.
Ps. Trinidad Romero Fernández.
Ps. Víctor Ruiz Maldonado.
Psq. Laura Terán Peña.
Ps. Valentina Valdés Kufferath.
Ps. Tania Vallejos Moreno.
Ps. Evelyn Velásquez Toledo.
Ps. María Beatriz Villavicencio Salas.
Ps. Marianne Wentzel Vietheer.

jueves, 21 de noviembre de 2019

Reflexiones sobre Violencia y Dignidad Humana


Nuestra sociedad se ha visto sacudida desde hace un mes por sucesos que revelan una tensión histórica entre el desprecio y el resentimiento que a ratos adquiere una forma de espiral y otras se mueve en términos circulares. Esta sacudida contiene además nuevas esperanzas recientes que pretenden desanudar, no sin costos, la tensión de muchos años.
Al quedar inmersos en la polarización que se ha desatado, conversar sobre la violencia en términos que vaya más allá de lo político y económico me parece una invitación urgente.
Más que nunca se hace necesaria una articulación diferente entre lo político, lo económico, y de manera más permanente, de lo ético.


Quisiera empezar de una manera filosófica invocando a un filósofo que hace sus reflexiones vinculadas a lo vivido como prisionero en la segunda guerra mundial y sus efectos en la los encuentros interpersonales (Levinas). Él señala que en muchos contextos algunos seres humanos se afirman sobre otros y se entregan a la violencia justificándose en aras de un futuro mejor sin ocuparse de la evidencia del dolor, el desconsuelo, la sangre y la muerte. Sin embargo, otros muchos seres humanos necesitan que pospongamos la afirmación solo de nosotros y nuestros intereses (en este punto mezquinos) para poder seguir existiendo y siendo. Para que eso ocurra hay que introducir la práctica de la responsabilidad por el otro.

¿No ha sido lo que ha ocurrido por décadas en nuestro país cuando los que han impuesto un tipo de institucionalidad con acento solo en lo económico descuidó la equidad y ha mantenido postergadas a tantas personas de una forma abusiva (esperando algún retorno del sistema que nunca llega, colusiones, corrupción, entre otras)?

¿No ha sido lo que ha ocurrido el último mes cuando en términos momentáneos, temporales y situados, se han configurado las llamadas “zonas de sacrificio” (que han existido antes en muchos lugares de la ciudad) en las que quedan postergadas muchas personas que viven ahí?

¿No se ha visto una discusión sin salida entre el abuso de los agentes del Estado que imponen una fuerza desmedida y jóvenes llamados vándalos que con violencia los enfrentan (que deja fuera otras facetas de estos jóvenes y estos carabineros) destruyendo de paso partes de la ciudad (también omito para el propósito de este comentario las marchas pacíficas a veces reprimidas sin más y que son otra forma de violentar a los que asisten)?

¿No se ha notado la dificultad de conversar sobre la violencia al quedar inmersos en la polarización desatada y que se explica solo en términos económicos y políticos descuidando la dimensión ética del cara a cara del encuentro con el otro?

En la modernidad, el discurso de los derechos humanos se asienta en las nociones de libertad e igualdad en el entendido que los seres humanos comparten una misma dignidad.

Para Levinas, cada otro (ser humano) es portador de toda la dignidad de la humanidad (más allá de una clase o de un género). Al citarlo, leo que para él, “mantenerse en la justicia, en la norma de la pura medida- o moderación- entre términos que se excluyen, sería todavía asimilar el encuentro entre miembros del género humano al encuentro entre individuos de una clase lógica que no significan para el otro sino negación, agregaciones o indiferencia”[1].

Dicho positivamente, aparece una óptica que piensa en los derechos del otro a partir de la diferencia y no de la igualdad. Para Levinas, es la diferencia y no la igualdad la que posibilita una preocupación auténtica por aquello que se identifica como derecho del otro. Por eso es que ver al otro como semejante disminuye la responsabilidad pues se ve al otro en la medida de que sea semejante a mí, fraternidad universal entre iguales, en vez de fraternidad dentro de la extrema diferencia (separación).

De esta manera es que puedo comprender que se vea sin más a todos los jóvenes manifestantes como vándalos y a todos los carabineros como asesinos, pues ninguno es para el otro un semejante en su radical diferencia humana congregada desde la inequidad histórica y la violencia circunstancial. Secuelas de esto en un tono menor son los “chaquetas amarillas” y “baila para pasar”, porque son igualmente desafiantes para los que no son semejantes. Y ni hablar de esos otros que viven en las zonas de violencia, de los niños/as que juegan en esas plazas y jardines sin poder salir de sus casas; esos no existen o deben ser semejantes a los que avalan la represión o avalan la lucha reivindicativa. Se trata de una lógica que es la cara obscena del derecho del otro cuando no se respeta su diferencia radical.

Una carta que leí de Mario Waisbluth, que solicita que cada uno pida perdón apunta a este respecto y ha sido denostado por eso, no por casualidad, debido a la no aceptación de algunas personas de considerar al otro en su radical diferencia, negándose a ser interpelados en nuestra responsabilidad.
No es fácil responsabilizarse, no solo por el mal que el otro padece sino por el mal que otro causa, pues es salirse de la polaridad, es comprender al joven, al carabinero y a los vecinos que viven y son víctimas en los barrios maltratados. Invitar a que la culpa se conduzca hacia una posibilidad de subjetividad como responsabilidad es un primer paso.

¿Existe algo así como que los derechos del otro son algo a priori?
Podríamos acordar, siguiendo a Levinas, que podría ser, si siempre y cuando, son anteriores a toda concesión, a toda tradición, a toda jurisprudencia, a toda distribución de privilegios, a toda pretensión de una voluntad que usa abusivamente de su propia y única razón. Supone ver al otro en su singularidad irreductible, infinitamente distinto que yo.

¿Cuál es el riesgo de que no sea así en términos esenciales?
La respuesta tentativa requiere de un rodeo que me acerca al quehacer que practico como profesional que debe lidiar con consideraciones psicopatológicas cuando una persona solicita ayuda para lograr algún alivio en su salud mental quebrantada.  Si me arriesgo, en situaciones como las descritas y no lo veo desde una patología, los derechos quebrantados del otro sólo pueden darse en el marco de una relación en la que el Otro no sea reducido solamente al que yo soy por el yo (la noción de Mismo como el que se autoafirma solo en su ser propio), es decir en el marco de una relación ética.

¿No es eso lo que queda resaltado en el enfrentamiento violento entre jóvenes y carabineros en estos días difíciles escudándose cada uno en la provocación del otro al punto de cambiarles la identidad a vándalos y asesinos?

De no ocurrir así, puedo atender en mi quehacer profesional a ambos en su calidad de únicos diferentes a mí en los momentos en que su dignidad es vulnerada, en el momento en que no los veo reducidos a “ser lo mismo que yo”.

Será esta relación ética la fundante de una relación auténticamente humana, en la que la singularidad del otro permanece y remite a la humanidad entera, algo no universal como puede serlo la igualdad, una singularidad única que va más allá de la individualidad de individuos múltiples en su género (Levinas). Es allí donde los individuos dejan de ser intercambiables.

La vieja frase de Kant cuando habla del imperativo categórico que dice “obra de tal modo que uses la humanidad tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro siempre a la vez como fin y nunca solo como medio” merece una consideración a la luz de lo expuesto. Estamos lejos de una voluntad que se guía por la razón. Estamos en presencia del otro como enemigo, estamos en presencia de la ausencia “del rostro del otro” en términos literales, uno con casco, el otro encapuchado. Lo que no hay en esa situación es autonomía, ambos cumplen órdenes (aunque a veces sea vivida por los jóvenes como espontaneidad, frustración, libertad, contagio y un largo etcetera).

Hay una imposibilidad de estar ante el otro y más bien se está contra el otro. En términos de justificación cada uno aduce que lo propio es legítima defensa, reacción ante la provocación del otro. Es una situación vivida como sin comienzo, no hay proximidad para ver el rostro del otro porque si se lo viera en la cercanía de su desnudez, la violencia del mundo y de la historia tendría una posibilidad de ser interrumpida. El esfuerzo por “ser” lo “mismo” cada vez, y a cada instante “ser soberano” capta toda la fuerza del despliegue propio e impide cualquier responsabilidad por el otro. En otras palabras, es la renuncia a la identidad ontológica (en este punto, entendido como el ser solo mismo) la que permite que se abra el espacio a la singularidad del otro en el modo de la responsabilidad[2].

Un pequeño comienzo se ha abierto con los acuerdos de todos los colores políticos en esa dirección y nos han sorprendido, al menos parcialmente, en su responsabilidad para buscar una salida a través de una nueva constitución en que el otro sea protagonista desde su singularidad.

Dr. Sergio Bernales M.
Instituto Chileno de Terapia Familiar
15-11-2019





[1] E. Levinas, “Fuera del sujeto” 1997. Ed. Caparros.
[2] Agradezco la lectura de “Derechos Humanos como derechos del otro en Levinas” de Antonio López en Cuadernos de Filosofía ISSN 0120-8462, VOL. 31 2010.