martes, 31 de octubre de 2017
Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales: Elizabeth Lira
Como todos y todas saben, hace muy poco la trayectoria de
Elizabeth Lira ha sido reconocida con el Premio Nacional de Humanidades y
Ciencias Sociales.
Ese sólo hecho y el que por primera vez dicho reconocimiento recayera
en una psicóloga justificaría con creces el orgullo de tenerla aquí y el
agradecimiento por haber aceptado nuestra invitación.
A eso se suma, naturalmente, el que ella haya formado parte
de nuestro Instituto entre los años 1987 y 1989, concluyendo su estudio con una
tesis que abordaba, desde una perspectiva sistémica, el abordaje terapéutico de
la familia y su contexto sociopolítico en el Chile de aquellos difíciles años.
Pero es la naturaleza de la trayectoria profesional de
Elizabeth lo que el Premio Nacional ha reconocido y lo que nosotros esta tarde queremos
destacar y celebrar.
El trabajo terapéutico incesante durante los duros años de la
dictadura con quienes habían sufrido uno de los flagelos que caracterizó
terriblemente esa época, la tortura, así como la prisión política, las desapariciones
forzadas y las ejecuciones, es decir el sufrimiento infligido por unos seres
humanos investidos del poder de la violencia institucional contra otros que se
encontraban en la absoluta indefensión, está en el centro de los fundamentos del premio con el que el país la ha
reconocido y es también la razón fundamental para tenerla hoy aquí expresándole
también nosotros nuestro cariño y admiración.
Que el Premio Nacional se le haya otorgado a más de 27 años
del término de la dictadura no creo que deba ser entendido como el tradicional
atraso con que este país expresa sus reconocimientos sino como otra señal
potente de que las heridas abiertas en esos oscuros años están todavía lejos de
sanar.
En nuestra propia experiencia institucional y profesional eso
ha sido evidente. Nos topamos con segundas y terceras generaciones de
familiares de víctimas y también de victimarios en las que el trauma de la
tortura sigue presente atravesando épocas y vidas y dando cuenta, en esta
realidad específica, que el trauma sigue estando presente en nuestra sociedad. Frente
a ello, el silencio y el olvido no constituyen una solución. Por el contrario,
como bien sabemos en esta profesión, al trauma hay que ponerle palabras para que sea posible su elaboración.
Esto, que es válido para las personas, para las familias, es
válido para la sociedad. Las apelaciones a no seguir mirando el pasado, a dar
vuelta la página se vuelven un obstáculo para el tratamiento efectivo de las
heridas aún abiertas y presentes en el país.
Es por ello que el reconocimiento a Elizabeth no tiene que
ver sólo con el pasado y la valentía de ella y muchos más al haber puesto sus
capacidades al servicio de los que más sufrían en aquella terrible época . El
reconocimiento, y así lo entendimos cuando patrocinamos su candidatura al
Premio Nacional, tiene que ver con el presente y, sobre todo con el futuro.
El modo en que nuestra sociedad encare su historia y su
pasado es determinante en la permanente construcción de una sociedad mejor, de
una sociedad más justa y acogedora.
Para nuestro Instituto, en el reconocimiento a Elizabeth hay
otra lección fundamental. Si bien la violación sistemática e institucionalizada
de los derechos humanos constituye una
situación de traumatización extrema, la reflexión en torno a ello nos permite
confirmar que los fenómenos del entorno sociopolítico en todas las épocas
pueden tener efectos en la salud mental de las personas y de las familias por
lo que, como ella ha mostrado a través de su gran y contundente contribución
científica, académica y social, la
consideración respecto de esos fenómenos no puede ser ajena a nuestra mirada
terapéutica.
Así, no podemos ignorar que, aunque distintos en su expresión
e intensidad, las vulneraciones a los derechos humanos sigue constituyendo un
desafío para sociedades como la nuestra. La discriminación en sus diversas
formas, de género, de origen, de posición social, de todo lo que es diferente,
sigue abriendo espacios a la violencia y la exclusión, generando un contexto de
vulneración de derechos con relevantes efectos en las personas y en nuestro
quehacer respecto de ellas.
Ello explica la importancia que asignamos al área psicosocial
de nuestras actividades. En ella podemos apreciar cómo una sociedad que no se
organiza desde el reconocimiento de los derechos de sus integrantes genera
condiciones de precariedad e inseguridad con evidentes efectos sobre su
bienestar sicológico, profundizando la desconfianza, el egoísmo y la soledad.
Nos gustaría pensar que en este Instituto promovemos entre
quienes aquí se forman la idea de que la mirada terapéutica debe ser integral y
que desarrollamos capacidades para trabajar con las personas atendiendo
debidamente los efectos que el entorno social genera en ellas, de manera de
explorar caminos más complejos y completos para recorrer con ellos.
En fin, como se hace evidente, tenemos muchas y muy buena
razones para agradecer la presencia de Elizabeth hoy con nosotros, así es que
termino sintetizando todas ellas en la idea de que su trayectoria nos muestra
que el trabajo terapéutico tiene mucho que ver con el amor por las personas y, como
el Premio Nacional lo simboliza, tiene que ver también con el amor por este
hogar común que habitamos.
M.Cecilia Grez J.
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