miércoles, 22 de agosto de 2012

Familias ensambladas: ¿Qué debemos considerar en el trabajo terapéutico con familias, parejas o algún miembro de estas familias?





A propósito de nuestra nueva Jornada Clínica: ¿Mundos opuestos?. La pareja ensamblada exitosa como experiencia de integración cultural, emocional y familiar. Dictada por Claudia Cáceres P. los días Viernes 31 de Agosto de 16:00 a 20:00 hrs. y Sábado 1 de Septiembre de 9:00 a 13:00 hrs. en la Sede Larraín de nuestro Instituto, hemos invitado a Claudia Manhey, miembro de la Unidad de Familias en proceso de Separación y Ensambladas, a reflexionar en torno a la intervención con estas familias.



Por Ps. Claudia Manhey S.

Todos aquellos que hemos trabajado con familias, parejas o individuos que viven un proceso de ensamblaje, nos hemos topado con la complejidad de estos procesos y la necesidad de poseer un conocimiento específico que nos permita comprenderlos e intervenir terapéuticamente.

En mi experiencia profesional, con el tiempo, me he ido topando con una serie de preguntas referentes al trabajo terapéutico con estas familias. Intentaré compartir, en este espacio, algunas de las reflexiones que me han surgido al intentar responderlas.

¿Qué es lo específico a las familias ensambladas que debemos saber?

El primer aspecto fundamental a saber es qué es el ensamblaje. El ensamblaje es el proceso a través del cual una pareja, en la que por lo menos uno de sus miembros tiene hijos de una relación anterior, inicia una relación compartiendo el anhelo de construir una familia en la que participen estos hijos. Cuando se arma una pareja en que uno o ambos no incluyen esa parte de la vida del compañero, no podemos hablar de ensamblaje. Esta definición nos permite delimitar con mayor claridad si la demanda de los consultantes, sean una familia, pareja o individuo, está vinculada con los desafíos de este proceso o más bien con las dificultades asociadas a intentar construir una pareja o pertenecer a una familia, en la que no se incluye a todos aquellos que forman parte del contexto relacional en el que están inmersos.

Lograda esa distinción, como terapeutas, tenemos que informarnos acerca de las características propias a los procesos de ensamblaje. Algunos de ellas son: en qué se diferencian las dinámicas relacionales de una familia ensamblada con las de una familia nuclear, cómo se desarrollan los procesos de ensamblaje en el tiempo, qué es esperable en las distintas etapas, cómo cada miembro de estas familias se siente ante los desafíos que debe enfrentar, cómo se expresa el ensamblaje en la relación de la pareja, cuáles son los riesgos de no incluir el ensamblaje como una realidad distinta a la conocida y cuáles son las señales de que el proceso no está avanzando. Han sido numerosos los autores que aportado en estas y otras distinciones más .

Quisiera destacar algunos aspectos propios a estas familias relevantes a considerar en el trabajo terapéutico.

Cada miembro de la familia se encuentra viviendo un proceso de duelo por múltiples pérdidas. Alguna de ellas son: la pérdida de una relación anterior (por separación o muerte), la de una cierta estructura familiar, de la vida tal como la conocían hasta el momento, de proyectos comunes y personales, de ciertos anhelos y deseos, etc… En el proceso de adaptación a la nueva realidad familiar, también se enfrentan a pérdidas asociadas a la experiencia de pertenecer a una familia que no es una familia nuclear, con la que muchas veces se anhela y que además constituye el modelo más fuertemente promovido por nuestra sociedad. Como terapeutas es importante que nos detengamos en identificar cómo avanza el proceso de duelo en los distintos miembros de la familia y en el caso que esté detenido, detectar qué puede estar limitando su desarrollo.

Si bien los miembros del grupo familiar comparten el estar transitando por un proceso de ensamblaje, ellos se diferencian en el modo de vivirlo. Cada integrante tiene un ritmo distinto para adaptarse a los cambios asociados a este proceso, por lo que es esperable que puedan simultáneamente encontrarse en distintas etapas. Algunos aún podrían estar viviendo la pena por la pérdida de la vida familiar anterior a la separación, al mismo tiempo que otros ya se sienten preparados para asumir la nueva realidad familiar. Además, el lugar particular que cada miembro de la familia ocupa en las dinámicas que construyen entre ellos, genera también un sentir particular (en algunos puede primar el sentimiento de exclusión, en otro la pena, la rabia o pueden ser sentimientos de culpa los que predominan). Como terapeutas tenemos que estar atentos y dar espacio a esas diferencias al igual que promover que sean validadas y respetadas por todos los miembros de la familia. No hay que perder de vista que esta actitud terapéutica se ve enfrentada y desafiada, por lo general, por las presiones familiares por homogenizar las vivencias individuales.

No se puede disociar la existencia de la pareja de la de la familia. Cuando una pareja se constituye con la existencia de hijos de uno de sus miembros, su desarrollo está inmerso en un contexto relacional que incluye a estos hijos y por lo tanto la parentalidad de uno de sus miembros. Desde un comienzo es una relación en la que coexiste una relación de pareja con una relación parento filial (entre padres e hijos) y parental (entre uno de sus miembros con el otro padre). En tanto terapeutas, debemos promover la inclusión de ese aspecto de la realidad al igual que trabajar en los retos que conlleva, tales como: proteger los espacios relacionales entre sus miembros, mantener una relación parental y paterno filial que responda a las necesidades de los hijos con respecto a sus padres, construir relaciones nuevas resguardando el buen funcionamiento de las otras que le anteceden y construir una identidad familiar nueva y positiva.

Los procesos de ensamblajes no sólo se desarrollan entre quienes comienzan a convivir sino que también repercuten en la vida de aquellos que componen el entorno cercano, como lo son el otro padre, las familias de origen y amistades, entre otros. Los cercanos también se ven enfrentados a acomodarse a los cambios y a adaptarse a la nueva realidad. Una manifestación de este impacto se observa cuando, a pesar de que el ensamblaje se desarrolle muchos años después de una separación conyugal, ante los cambios propios a este proceso (como por ejemplo que los hijos comiencen a convivir con otro adulto significativo o los amigos y familiares integren a este nuevo miembro en su círculo íntimo), el otro padre puede volver a enfrentarse a sentimientos propios a la experiencia de duelo vivido anteriormente. En ocasiones el conflicto post conyugal no resuelto vuelve a expresarse, complejizando aún más las dinámicas familiares. Entender cómo el proceso de ensamblaje está desarrollándose en los distintos niveles relacionales, nos permite contextualizar las complejidades que pueden estar enfrentando los miembros de la familia y sus cercanos.
Mientras más tomemos en cuenta la particularidad de este tipo de sistema familiar más nos acercamos a comprender la complejidad del proceso que viven sus miembros.

¿Cómo debemos enfrentar el trabajo terapéutico con estas familias?

Citando a Dora Davison (2007), como terapeutas de miembros de una familia ensamblada, es necesario “interrogarnos acerca de nuestras certezas, tolerar la incertidumbre, soportar la inquietud de lo nuevo y animarnos a la búsqueda de nuevas significaciones en el diálogo con los pacientes”.
Para poner en cuestión nuestras certezas debemos primero que nada detenernos en identificar cuál es nuestra mirada. En esta tarea es necesario reconocer cuál es el modelo de pareja que poseemos y cuál es el modelo de familia que hemos construido desde nuestra experiencia personal y profesional. En nuestro ejercicio profesional debemos entender cómo las perspectivas y experiencias personales afectan el modo en que comprendemos y nos acercamos a nuestros pacientes. Me ha tocado observar como en el caso del ensamblaje, este ejercicio puede ser difícil de llevar a cabo. En ocasiones los terapeutas han vivido procesos de ensamblaje en sus propias familias de origen, pero esa experiencia ha quedado invisibilizada. Algunos profesionales se llegan a sorprender, al ser interrogados al respecto y recién ahí tomar conciencia que pertenecen a una familia ensamblada. Por lo mismo, las creencias al respecto pueden no ser tan claras o concientes. En el caso en que no se ha pertenecido a una familia ensamblada, la experiencia personal de ser parte de una familia nuclear igualmente está presente en el modo en que observamos las relaciones familiares y las expectativas que tenemos al respecto. Poder identificar cómo hemos vivenciado y elaborado nuestra experiencia familiar, nos permite reconocer cómo enfrentamos el trabajo con estas familias, qué nos sucede con las dinámicas entre sus miembros y qué esperamos del desarrollo de este proceso. A través de ese ejercicio, podemos ver cuáles son los mitos que mantenemos respecto al lugar que debiera ocupar cada miembro de una familia ensamblada, así como cuál es nuestro sistema de creencias construidos transgeneracionalmente. Esto nos permite estar atentos a todo aquello que puede limitar nuestro ejercicio profesional.

Los procesos de ensamblaje nos enfrentan a la incertidumbre, ya que su desarrollo es particular a cada familia y por lo mismo, podemos ignorar cual será éste. Al igual que muchos procesos que no están normados, estos son procesos en que por momentos no está claro cómo irán avanzando, ni cuál será el lugar de cada uno de los participantes en las dinámicas familiares, así como cuál será la naturaleza de algunos vínculos, que aún se están construyendo. Esa incertidumbre nos interpela, nos exige tolerar y convivir con la ambigüedad, hasta que pueda ir aclarándose y definiéndose la nueva organización familiar.

Como terapeutas, al enfrentar un proceso de ensamblaje familiar, nos vemos exigidos a entrenarnos en un tipo de pensamiento complejo que nos permita cuestionar, tanto nuestros propios modelos, como los modelos que traen los miembros de la familia. Por lo general, los miembros de estas familias significan la experiencia de ensamblaje a partir de los costos vividos y conciben a la nueva organización familiar como una organización deficitaria, ya que nace de la pérdida de la familia nuclear que habían anhelado. El complejizar nuestra mirada nos permite integrar realidades y relatos alternativos que puedan favorecer ir construyendo una identidad familiar más positiva y valorada por sus miembros.

¿Cuáles son las situaciones que pueden causar un impasse terapéutico?
Sólo mencionaré algunas de estas posibles situaciones con el fin de ilustrar los riesgos de impasse. Una de ellas es replicar la lógica de la familia nuclear, en el que sólo hay dos adultos a cargo del ejercicio de la parentalidad. Eso se puede ver reflejado en la tendencia a sacar a uno de los adultos de este ejercicio (padres o padrastros/madrastras), al momento de comprender e intervenir en las dinámicas familiares. Otro modo en que esta lógica se presenta en nuestro trabajo, se observa en intervenciones que se orientan a que el padrastro o la madrastra asuman el rol de uno de los padres, desechando la posibilidad que ambos padres puedan ejercer su parentalidad. Existe el riesgo de no considerar la importancia de ir definiendo con claridad cuál será la participación de las nuevas parejas de los padres en temas propios a sus hijastros, y tomar en cuenta que esa definición es parte de un proceso importante en la medida que se instala una convivencia.

Otra situación de riesgo es no lograr visualizar que las dificultades vividas por los distintos miembros de la familia se deben al lugar que ocupan y al proceso de adaptación y adopción emocional que conlleva establecer nuevos vínculos. En ocasiones se tiende a individualizar las dificultades y atribuirlas a características personales de quienes las resienten, sin incluir la relevancia del contexto relacional en que se desarrollan. Una expresión de esta situación es caer en el estereotipo de “la madrastra malvada” cuando la nueva pareja no logra vincularse con sus hijastros de manera positiva y le cuesta aceptar que el padre mantenga un vínculo cercano con ellos. Si como terapeutas nos quedamos con esa mirada, perdemos de vista cómo el actuar de una madrastra puede estar respondiendo a las dificultades que ella experimenta por el nuevo lugar que le toca ocupar, en el que tiene que tolerar la exclusión, que enfrentar el duelo por construir una relación de pareja siendo más que sólo dos, a las presiones del entorno por asumir un rol definido ante la familia que se construye y a su deseo de apurar el ensamblaje.

El asociar que todo se debe al ensamblaje puede ocasionar un impasse. Podemos caer en una generalización al atribuir todas las dificultades vividas por los miembros de una familia a la complejidad del proceso de ensamblaje. De ese modo, podemos perder de vista la existencia de otros procesos que están interviniendo, como los propios al ciclo vital familiar o individual, o que responden a situaciones vitales particulares (pérdidas o cambios importantes) o la existencia de procesos individuales o familiares anteriores que pueden estar interfiriendo en la vida familiar.

Otra situación de riesgo es cuando los terapeutas no consideramos de manera realista cuales son los tiempos necesarios en este proceso. Es necesario tomar en cuenta que no basta con vivir juntos para ser una familia ensamblada, es un proceso que lleva tiempo, en el que se enfrentan distintas crisis a medida que sus miembros se van acomodando a la nueva realidad y asumen los desafíos de ésta. Además ante los cambios propios al devenir familiar (cambios por ciclo vital, de estilo de vida, otros), el proceso de ensamblaje deberá ir acomodándose.

Definir como objetivo del proceso terapéutico el que vivan todos juntos bajo el mismo techo puede hacer perder de vista cual es la organización familiar más acorde a la necesidad de todos sus miembros. Tanto desde los propios modelos de pareja y familia como los que mantienen los consultantes, los terapeutas podemos tender a promover la convivencia en tanto logro de este proceso. El ensamblaje implica el logro del establecimiento de una identidad familiar en que la pareja haya sido capaz de alcanzar un compromiso de ser familia con el otro, aunque que vivan o no juntos. Desde la experiencia terapéutica, nos enfrentamos a que no siempre la convivencia es la única opción, sino que pueden haber diversos modos de configuración de una pareja y familia ensamblada. En ese sentido, también debemos considerar que en ocasiones una mejor decisión, más acorde a las necesidades, posibilidades y ritmos de todos, puede ser cuestionarse el ensamblaje o postergar la convivencia de la pareja hasta que los hijos sean más grandes.

Ante esta realidad cada vez más frecuente, como terapeutas debemos asumir la responsabilidad de adquirir el conocimiento necesario para entender estas organizaciones familiares, que al igual que otras conforman configuraciones distintas al modelo de la familia nuclear, del que tenemos mayor formación profesional. Tenemos que ser igualmente responsables en desarrollar una mirada más integrativa de la diversidad, que nos permita abrirnos a nuevos modelos de intervención y comprensión que faciliten estos procesos.