lunes, 29 de marzo de 2010

Niños y Desastres: Poder estar

Desde que ocurrió el terremoto hemos sido testigos del poder comunicacional de los medios, en tanto reforzadores o inhibidores de los temas asociados. Los niños, como tema de reflexión y preocupación, han estado presentes, ya sea en entrevistas a especialistas en televisión, en artículos de prensa, como también en difusiones de las sociedades profesionales a través de Internet.

Que “los niños” sean tema, nos reconforta, en la medida que refleja una visión que parece haberlos ido legitimando socialmente como sujetos con necesidades y derechos, protagonistas activos de sus experiencias de vida. Además se reconoce en ellos a una población vulnerable, por su mayor dependencia en todos los ámbitos y por encontrarse en un proceso de desarrollo.

A modo de síntesis hay consenso general respecto a sus necesidades inmediatas y mediatas cuando son víctimas de desastres o catástrofes:

Lo primero y esencial, es “asegurar la satisfacción de sus necesidades básicas, la protección y el acompañamiento, la normalización de su vida en el más corto plazo posible y la reunificación del grupo familiar” (OPS, 2002, 2006). Paralelamente, las principales orientaciones de apoyo se pueden resumir así:

  • Incorporarlos en el lenguaje: poder escucharlos, comprender y resignificar sus relatos sobre los acontecimientos vividos.

  • Validar sus sentimientos asociados a los hechos vividos, y favorecer distintos modos de expresión y elaboración de su experiencia.

  • Preservar y fomentar espacios de recreación y juego, entendidos como espacios “libres” para descansar y recuperar energía emocional.

  • Y lo fundamental, y que sostiene todo lo anterior: brindar “acompañamiento emocional”.

Sobre este último punto quisiera compartir algunas reflexiones, para reforzar un punto de vista que no está a mi juicio suficientemente presente en las revisiones sobre el tema.

Cuando se habla de “acompañamiento emocional” se alude a conductas como acoger, calmar, consolar, cuidar, proteger, ser pacientes. Todo ello se le sugiere a quienes están al cuidado de los niños, para favorecer su sentimiento de seguridad y protección que ha sido amenazado por la experiencia del desastre.

Lo que a mi juicio se menciona poco es que para que ello sea posible, los adultos a cargo deben estar en condiciones “emocionales” de hacerlo. Lo que vemos en la experiencia es que los alcances y magnitud de la reacción emocional que un niño pueda tener frente a esta experiencia está mediado por el contexto relacional que lo acompaña. Y un adulto no siempre está en condiciones de seguir, más allá de su amor, más allá de su deseo, todas estas sugerencias. Como terapeutas familiares esto no nos sorprende, pero me parece que es útil enfatizarlo e incorporarlo en los programas e iniciativas que se elaboren.

Reconocer esto complejiza la situación sin duda, pero nos vuelve menos ingenuos. Trabajar con niños siempre implica trabajar con los adultos que le rodean, poder escuchar sus propias necesidades emocionales, y validarlas para que desde ahí surjan con fuerza sus propios recursos. Por eso considero tan importante que como terapeutas podamos desarrollar la sensibilidad para captar estas necesidades e incluirlas en el proceso terapéutico o formas de ayuda en general.

Los mecanismos de regulación de la ansiedad se ponen a prueba frente a un evento de tan enorme magnitud. Es el adulto quien, a través de una refinada capacidad de autoregulación, puede ejercer la labor de identificar, reconocer y regular los estados emocionales del niño. La tarea de regulación no consiste en sumarse al afecto del niño si se trata de angustia, sino todo lo contrario, de “desentonar”, usando el concepto de Daniel Stern, hacia la calma y la distensión. Como terapeutas sistémicos, también sabemos que estos mecanismos son recíprocos, de modo que la pregunta: “quién regula a quién” es relevante. Un buen acompañante ojalá no aumente la ansiedad del niño, al menos, con su propia ansiedad.

Buscar a quienes están en mejores condiciones para acompañar, y/o aprender a auto aliviarse cuando es uno el que tiene que estar ahí, surgen entonces como aprendizajes necesarios. Pienso en lo simple y complejo que es poder “acompañar” a un niño que vive momentos tan duros. ¿Podremos “ estar con ellos” como nos necesitan?.

Carmen Paz Puentes
Terapeuta Familiar ICHTF

Referencias:
“Protección de la Salud Mental en situaciones de desastres y emergencias” OPS (2002)
“Guía práctica de Salud Mental en situaciones de desastres” OPS (2006)

3 comentarios:

Natho47 dijo...

Gran aporte,que debe ser masificado,lo distribuiré en mis contactos.

Rodrigo Rivera dijo...

Carmen Paz. Me quedo con esta idea: en los niños "desentonar" a la angustia (si es disfuncional, cierto?) y sintonizar la calma y distension.
El último parrafo tambien me parece fundamental mantener en primeros planos: buscar y aprender las maneras de autoaliviarse si no hay otro que pueda hacer el relevo.

carmenpazpuentes dijo...

Jose Luis, muy estimulante tu comentario, muchas gracias.

Rodrigo:
El término entonamiento es muy musical, es como cuando los instrumentos de una orquesta se encuentran y se logra una afinación común en que cada uno aporta algo distinto. De eso se trata, aportar algo distinto que resulte en un encuentro, y que, es de esperar, ese encuentro sea lo más "afinado" posible....